El autor nació entre sábanas de algodón para crecer en un barrio donde las drogas se adueñan de las personas, donde los espacios públicos se privatizan y donde huir del capitalismo impuesto es casi imposible. Ante la posibilidad de ser consciente de las injusticias sociales y de la ley del más fuerte e intentar vivir con coherencia, muchos optan por ignorar el problema.
¿Pero qué ocurre si no lo ignoras? ¿Qué ocurre si atraviesas las miradas? ¿Si te arriesgas? ¿Si llegas a entender porqué alguien sólo quiere dormir para no estar, para desaparecer y olvidarse de todo?
¿Qué ocurre cuando tras decir no a la cocaína con 17 años tienes que seguir diciendo no durante el resto de tu vida? No a una educación que criminaliza, no a la intimidación disfrazada de respeto, no a la explotación laboral, no a la competitividad enfermiza, no a la productividad irracional… No.
Algunas personas intervienen en su entrono más cercano e incluso van más allá, pasan las fronteras y experimentan en su propia piel la ventaja de ser un “príncipe”, de no haber nacido en cuna pobre. La ventaja, pero también el peso de la conciencia, cuando te ves injustamente privilegiado, cuando aún tienes la opción de optar entre ser el dominado o ser el dominador.
Cuando leí este libro por primera vez, no pude evitar sentir la piel de gallina en mi cuerpo, ni las lágrimas asomándose por mis ojos, ni la luz que irradia la esperanza. No pude evitar escuchar la voz de Julio contándome todas sus reflexiones y vivencias, viéndole arder de impotencia pero sin rendirse nunca (…).
En el ring de la vida no hay asaltos suficientes, una continua lucha donde el árbitro has de ser tú mismo, tú misma. “¿Qué hay dentro de notros/as que nos empuja a luchar con toda nuestras fuerzas aun sabiendo que ya estamos derrotados) (…) ¿Hay un victoria moral dentro de la derrota material?”
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